El fenómeno de la violencia en nuestro país, es tal vez el tema que más se aborda desde todas las ópticas y posiciones especialmente por el conflicto armado que padecemos desde hace ya varias décadas. Muchos de nosotros nos hemos acostumbrado a convivir cotidianamente con acciones, hechos y posiciones que denotan violencia y tienen como común denominador la intolerancia, el irrespeto por el otro y el afán de poder, por lo cual cada vez la estamos invisibilizando en mayor medida haciéndola parte de nuestro repertorio de herramientas y técnicas básicas de sobrevivencia cuestión que la va legitimando y justificando como paradigma social de un conglomerado humano en especifico.
Es en este sentido que entra a ser muy preocupante la presencia de situaciones violentas aceptadas, toleradas y finalmente validadas por una sociedad, por cuanto se constituye en un factor de riesgo continuo y concomitante a cualquier proceso de desarrollo humano y que son visibles de inmediato en aquellos grupos poblaciones más vulnerables como lo es la infancia y la adolescencia.
Son muchas las voces que recalcan sobre la necesidad apremiante de "disciplinar" y "castigar ejemplarmente" a nuestros niños, niñas y adolescentes ante las manifestaciones, cada vez más recurrentes, de agresividad y violencia en que se ven inmersos, pero nos hemos detenido a pensar si los ambientes naturales de crecimiento son lo suficientemente garantistas de sus derechos, si se generan ambientes libres y coherentes para que nuestra infancia pueda comprender la importancia de la convivencia pacifica, la resolución adecuada de conflictos, la tolerancia por el otro, el valor del trabajo y la solidaridad, entre otros ?
Siempre se ha tenido por sentado que el grupo familiar, el entorno barrial próximo y la escuela son la instituciones sociales protectoras por excelencia en el desarrollo de un infante, pero cabe preguntarse si estos sectores no han sido ya permeados suficientemente por fenómenos de violencia al punto de hacerla parte de su cotidianidad y por tanto erigir sus manifestaciones como respuestas esperadas, acertadas y hasta pedagógicas ?
Ante esto, me han interrogado en numerosas ocasiones sobre quien es el culpable y mi respuesta ha sido la misma: todos. Buscar culpables solo significa la ineficacia de los actores involucrados a unir esfuerzos y cambiar realidades porque la escuela responsabiliza a la familia, esta al barrio y este, a su vez, a la escuela y la familia, situación poco proactiva y que perpetua las problemáticas que deben ser abordadas con urgencia.
La violencia, entonces, nos esta alcanzando a todos, en todos los lugares en que vivimos e interactuamos, en donde crecemos y nos desarrollamos, en la forma como nos relacionamos y hasta como pensamos y actuamos. Por lo anterior estamos en presencia de una problemática que afecta directamente nuestra estructura social que no puede ni debe "combatirse" con soluciones coyunturales y sectorizadas que solo aplazan, en alguna medida, el verdadero reconocimiento a la dimensión del fenómeno. La negación del problema solo nos impide generar aquellos acuerdos nacionales, regionales y locales que nos permitan reconstruir tejidos sociales solidos con bases establecidas en la perspectiva de derechos y en los procesos solidarios
Son nuestros niños, niñas y adolescentes, nuestras mujeres y nuestros ancianos el ejemplo claro de como una sociedad permeada por la violencia y permisiva frente a sus manifestaciones no encuentra las respuestas porque las busca en acciones de contenido cohercitivo, represivo y retributivo y no desde lo humano, lo cultural y lo comunitario.
La solución no es imposible, pero si requiere de la claridad y la voluntad para pasar de la negación a la aceptación y de la respuesta coyuntural al abordaje estructural que significa dejar de buscar en soluciones simplistas la respuesta a problemas complejos.
Es en este sentido que entra a ser muy preocupante la presencia de situaciones violentas aceptadas, toleradas y finalmente validadas por una sociedad, por cuanto se constituye en un factor de riesgo continuo y concomitante a cualquier proceso de desarrollo humano y que son visibles de inmediato en aquellos grupos poblaciones más vulnerables como lo es la infancia y la adolescencia.
Son muchas las voces que recalcan sobre la necesidad apremiante de "disciplinar" y "castigar ejemplarmente" a nuestros niños, niñas y adolescentes ante las manifestaciones, cada vez más recurrentes, de agresividad y violencia en que se ven inmersos, pero nos hemos detenido a pensar si los ambientes naturales de crecimiento son lo suficientemente garantistas de sus derechos, si se generan ambientes libres y coherentes para que nuestra infancia pueda comprender la importancia de la convivencia pacifica, la resolución adecuada de conflictos, la tolerancia por el otro, el valor del trabajo y la solidaridad, entre otros ?
Siempre se ha tenido por sentado que el grupo familiar, el entorno barrial próximo y la escuela son la instituciones sociales protectoras por excelencia en el desarrollo de un infante, pero cabe preguntarse si estos sectores no han sido ya permeados suficientemente por fenómenos de violencia al punto de hacerla parte de su cotidianidad y por tanto erigir sus manifestaciones como respuestas esperadas, acertadas y hasta pedagógicas ?
Ante esto, me han interrogado en numerosas ocasiones sobre quien es el culpable y mi respuesta ha sido la misma: todos. Buscar culpables solo significa la ineficacia de los actores involucrados a unir esfuerzos y cambiar realidades porque la escuela responsabiliza a la familia, esta al barrio y este, a su vez, a la escuela y la familia, situación poco proactiva y que perpetua las problemáticas que deben ser abordadas con urgencia.
La violencia, entonces, nos esta alcanzando a todos, en todos los lugares en que vivimos e interactuamos, en donde crecemos y nos desarrollamos, en la forma como nos relacionamos y hasta como pensamos y actuamos. Por lo anterior estamos en presencia de una problemática que afecta directamente nuestra estructura social que no puede ni debe "combatirse" con soluciones coyunturales y sectorizadas que solo aplazan, en alguna medida, el verdadero reconocimiento a la dimensión del fenómeno. La negación del problema solo nos impide generar aquellos acuerdos nacionales, regionales y locales que nos permitan reconstruir tejidos sociales solidos con bases establecidas en la perspectiva de derechos y en los procesos solidarios
Son nuestros niños, niñas y adolescentes, nuestras mujeres y nuestros ancianos el ejemplo claro de como una sociedad permeada por la violencia y permisiva frente a sus manifestaciones no encuentra las respuestas porque las busca en acciones de contenido cohercitivo, represivo y retributivo y no desde lo humano, lo cultural y lo comunitario.
La solución no es imposible, pero si requiere de la claridad y la voluntad para pasar de la negación a la aceptación y de la respuesta coyuntural al abordaje estructural que significa dejar de buscar en soluciones simplistas la respuesta a problemas complejos.
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